Nací en Moscú y desde chica sentí una enorme atracción por la estética y el diseño. Esa pasión me llevó a estudiar diseño de interiores en Nueva York, donde aprendí a observar los espacios con un enfoque creativo y significativo. Mi camino tomó un giro inesperado cuando llegué a Buenos Aires y descubrí mi verdadera vocación: el arte floral. Convertirme en florista fue como encontrar una forma de expresión viva, sutil y efímera que combina la sensibilidad del diseño con la belleza natural de las flores. Desde mi primer arreglo, hace más de una década, supe que las flores no son solo un adorno: son lenguaje, emoción y tiempo.
Mi filosofía
Creo en lo efímero, en aquello que pasa pero deja huella. Diseñar con flores me permite rendirme a lo natural, a lo imperfecto y a lo vivo. Por eso trabajo con materiales de estación, respetando sus ritmos y su esencia. Busco que cada flor brille por sí misma, con un gesto dramático o minimalista, pero siempre con profunda expresividad. Mi estética fusiona lo silvestre y lo sofisticado, sin forzar la naturaleza, dejándola hablar con honestidad. Es una belleza que no grita pero emociona, capaz de conmover más allá de su brevedad. Cada flor que elijo tiene una voz propia, y juntas cuentan historias que permanecen en la memoria, como un instante suspendido entre lo real y lo onírico.
El equipo
Trabajo junto a un equipo pequeño, sensible y comprometido. Cada persona que me acompaña entiende que no solo creamos arreglos florales: construimos atmósferas, contenemos emociones, acompañamos momentos. Desde la producción hasta el montaje, cada mano suma con respeto y detalle. Nos mueve lo mismo: hacer del trabajo algo ritual.
- Irina